Por Antonio F. Araujo M.
Lugar
de muchos; tierra de nadie,
donde
sus vidas han sido marcadas con sangre.
Lugar
de sueños; pero muy lejos de su alcance,
donde
las pesadillas se sujetan hasta su último instante.
Lugar
escondido que ha sufrido,
que
ha dormido en la más profunda oscuridad,
que
ha respirado la más terrible enfermedad,
que
ha vivido, conforme de algunos y su piedad,
que
ha llorado los desplantes del mundo y su sociedad.
Tierra
que se desvanece por la ambición,
Tierra,
que de todos, espera una solución;
que
sea el agua el que llene sus vasos,
y no
sus lagrimas las que llenen el vacio de
sus almas.
Niños
que piden que sus estómagos sean colmados de alimentos,
Jamás
de bacterias, de pólvora, ni sus bocas saturadas de insectos.
Sus
corazones lo piden, sus almas lo gritan;
que
sus tierras generen alimentos para alimentar sus cuerpos
Y que
no sean sus órganos; el abono para sustituir el estiércol.
Ni la
naturaleza recuerda que una vez fuiste prospera y bella,
cuando
el marfil y los diamantes sólo eran caminantes de la selva.
Cuando
en sus campos los niños corrían detrás de las cebras,
y el
cielo brillaba con luz de esperanza para todas las siembras.
¡Oh,
mi querida África! Deseo ayudarte y no sé cómo
¡Oh,
mi querida África! ¿Qué puedo hacer yo?
¿Qué
puedo hacer para calmar los gritos incesantes de todos tus pueblos?
No
puedo ser sordo ante tu suplica de humanidad.
No
puedo ser ciego ante tu terrible verdad.
No
puedo ser egoísta, conociendo tu gran necesidad.
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